

Por Isabel López @culturamuychic
Aprovechando las vacaciones, los que veraneamos en el norte no perdonamos una escapadita familiar para visitar uno de los pueblos con más encanto del norte de España, Bárcena Mayor, una localidad del interior cántabro, próxima a Santander. Se trata de un pueblo rústico muy pintoresco, con casas de fachada de piedra y ventanas y balconadas de madera. Sus calles son empedradas y por él pasa el río Argoza.
El lugar es un espectáculo para los ojos. Además de por su arquitectura, por sus paisajes verdes, ya que se encuentra en el interior de la Reserva Nacional de Caza del Saja. Todo el pueblo está cuidadísimo y las casas están muy bien conservadas, no en vano, en 1979 fue declarado conjunto histórico-artístico.

Dentro del pueblo hay varios restaurantes en los que comer, y seguro que en todos ellos se come fenomenal, pero nosotros paramos en uno por recomendación de una santanderina y nos fuimos muy contentos, además de saciados. El restaurante se llama “La Solana” y está situado en la calle Iglesia, 25 (Bárcena Mayor).
El local tiene mesas con vistas al río, una gozada. Aquí comimos un cocido montañés riquísimo. Eso sí, te ponen un puchero para dos que podría ser para 4 perfectamente. Después pedimos venado estofado y éste estaba aún mejor que el cocido, a mi gusto. De postre, probamos varias tartas. La que más me gustó sin duda alguna fue una tarta de sobao y queso…buenísima. También había menú para niños compuesto por un plato combinado por 8 euros. Y lo mejor de todo fue el precio: 12 euros por persona (primer y segundo plato, bebida y postre). Al ser un lugar tan turístico se me antoja que podrían habernos pedido más por el menú y lo habríamos pagado (no pretendo con esto dar ideas, jeje).

Una vez concluida la comida, y tras un paseo por la orilla del río para bajar el almuerzo y para que los niños metieran los pies en el agua “helada”, decidimos dejarnos caer por una cafetería que nos había llamado mucho la atención en Ruente, un pueblo que pasamos de camino a Bárcena Mayor. La cafetería en cuestión está ubicada en una casita muy cuca pintada de color verde claro y tiene el curioso nombre de “La Oca en el Océano”. En esta casita-cafetería encontramos todo tipo de objetos vintage a la venta: desde teteras, cuadros, bandejas o cajas hasta unos dulces hechos por ellos que estaban “de muerte”, además de cafés, tés, chocolates, batidos caseros y un largo etcétera.

La casita está compuesta por varias habitaciones, a cada cual con una decoración más linda, en donde poder sentarse a degustar alguna de sus riquísimas tartas y cuyo ambiente favorece la charla distendida. Además, si el tiempo lo permite, la cafetería dispone de un jardín que rodea la casa y cuya parte trasera da al río. Sentados en el jardín precisamente, probamos el café y el batido natural de plátano y fresa, acompañados de una porción de tarta de zanahoria y otra de tarta de chocolate…deliciosas ambas. Tarta y batido rondaban los 9 euros.
Tras la merienda, volvimos a Santander, donde estábamos hospedados: final del día.
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